Parecía que los rasgos del paisaje
eran el cadáver del siglo que se asomaba,
el cielo cubierto, su cripta,
el viento, su lamento fúnebre.
El antiguo ritmo de germinación y nacimiento
se redujo dura y secamente;
cualquier espíritu sobre la tierra
parecía carente de pasión, como yo.
De repente se levantó una voz entre
las ramitas peladas de lo alto
en un apasionado canto de la tarde
de alegría sin límites;
un viejo tordo,débil, flaco y pequeño
con las plumas erizadas por el viento,
había decidido arrojar su alma
en las tinieblas crecientes.
Qué motivo tan pequeño para los villancicos
de un sonido tan extático,
escritos sobre cosas terrenas,
lejos o cerca, alrededor,
que yo podía pensar que se estremecía
con su canto de «feliz nochebuena»
alguna bendita esperanza que él conocía
y que yo desconocía.
24/12/1900
Thomas Hardy. The Darkling Thrush