Chagall. La Virgen de la aldea
Te agradezco
el haberme destinado a servir.
No para ser
una reina potente
sino una humilde sierva.
Tú me concediste
la contemplación.
He contemplado Tu Sabiduría,
he contemplado Tu Creación.
Vi de cerca
cómo Tú me creaste
y como Tú me bendejiste.
Supe todo a cerca de Ti,
como toda mujer terrena
sabe todo sobre el hombre que ama.
Ella lo conoce desde su infancia,
lo anhela en sus destinos,
lo aprisiona en sus delirios.
Así es la mujer que ama.
Pero Tú,
que no tenías principio,
me hundiste en la carne angelical
donde no se nace
ni se muere
sino con su resurrección
y su grito.
Yo, María,
soy tu grito, oh Señor.
Con tu grito mariano
Tú trastornaste a las gentes,
con los velos de mi castidad
sembraste pudor
donde había vicio y odio.
Alda Merini. Magnificat
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