Para llegar a ser hijo de Dios, hay que renunciar por tanto a las aparentes certezas de la carne y abrirse a la voz del Espíritu. Nacido de arriba, el creyente se hace así capaz de tender hacia el reino de Dios, al ser conducido hacia allá por el soplo del Espíritu.
Edouard Cothenet. El Espíritu Santo en la Biblia
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