¡Ay de los que, como doctrina, enseñáis vuestro vano corazón!
Un sacerdote ante el altar no tiene rostro,
y los brazos que alzan al Señor están sin adorno y sin polvo,
Pues, a quien Dios manda hablar, ordénale callar,
y se apaga aquel a quien su espíritu enciende.
Un sacerdote ante el altar no tiene rostro,
y los brazos que alzan al Señor están sin adorno y sin polvo,
Pues, a quien Dios manda hablar, ordénale callar,
y se apaga aquel a quien su espíritu enciende.
Gertrud von Le Fort. Himnos a la Iglesia. VII
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