
Mientras tristes y amargados rezaban los hipócritas en las esquinas de las plazas para ser vistos por los hombres, Él, apacible y amable, almorzaba con pecadores para ayudarles a cambiar sus vidas. Y, además, solía pasar la noche rezando al descubierto, bajo el cielo, mientras el fariseo hipócrita roncaba a pierna suelta en la blandura de su lecho. ¡Ojalá aquellos de nosotros que, esclavizados en tal forma por la pereza no podemos imitar este ejemplo de nuestro Salvador, tuviéramos, por lo menos, el deseo de traer a la memoria -precisamente mientras nos damos la vuelta en la cama medio dormidos- estas sus noches enteras en oración!
Tomás Moro. La Agonía de Cristo
No hay comentarios:
Publicar un comentario