A pesar de los «Derechos del Hombre» y de la libertad de pensamiento, de creer al individuo capaz de derribar al Estado y a Dios de su trono, el XIX fue un siglo empeñado en empequeñecernos, en convertimos en ciudadanos de Liliput.
Frente a los escudos medievales que procuraban entroncarnos con San Luis o con Adán y Eva, se pone a la cabeza de nuestro linaje a un encorvado chimpancé.
Y la lenta elaboración de la mujer, hasta transformarla en dama y subirla, con Dante, a las estrellas teológicas del noveno cielo, es aniquilada, convirtiéndola en una hembra de mamífero y explicando que el carmín de sus labios es una garantía de salud para la reproducción.
Nada halaga más a los barbudos y enchisterados astrónomos de entonces, miembros de todas las Academias y con la roseta de la Legión de Honor en el hojal de su levita, que asegurar que la tierra es una partícula imperceptible de ese polvo estelar que se llama nebulosa.
Agustín de Foxa. Por la otra orilla
Pues el siglo XXI no le va a la zaga en el empeño no ya de empequeñecernos sino de miserabilizarnos.
ResponderEliminarcompletamente de acuerdo, incrementado incluso ese empeño por la decadencia absoluta del materialismo
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