martes, 20 de julio de 2010
Testimonios enterrados
En los terribles años de la yezhovzhina pasé diecisiete meses en las filas frente a las cárceles de Leningrado. Un día, alguien me reconoció. Entonces, una mujer de labios morados que ocupaba su lugar detrás de mí y que, por supuesto, jamás había escuchado mi nombre, pareció despertar del letargo en el que permanecíamos sumidas y me preguntó al oído (porque allí todos hablaban en voz muy baja):
- ¿ Y usted podría describir esto?
Yo repuse:
-Sí, puedo.
Entonces una especie de sonrisa se deslizó por lo que alguna vez había sido su rostro.
Leningrado, I de abril de I957
Anna Ajmátova. Réquiem, A modo de introducción
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