La fuerza de la sabiduría divina es tanta que, introducida en el corazón humano, expulsa de un solo golpe a la estulticia, madre de los delitos; y, para conseguir esto, no son necesarios ni el dinero, ni los libros, ni las elucubraciones. Esto se consigue gratis, con facilidad y rápidamente, con tal de que los oídos estén abiertos y el corazón tenga sed de sabiduría. Que nadie tenga miedo: nosotros no vendemos el agua ni ofrecemos el sol a cambio de dinero. La fuente divina es fecundísima; se ofrece llena a todos; y la luz divina sale para todos los que tienen ojos. ¿Qué filósofo ofreció esto o puede ofrecerlo, si tiene voluntad de hacerlo? Los filósofos, a pesar de haber pasado toda su vida en el estudio de la filosofía, no pudieron, ante la mínima oposición de la naturaleza, hacer mejores a otros, ni tampoco a sí mismos.
Lactancio. Instituciones divinas. Libro III
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