"El arte que trasciende, que ayuda a ver y encontrar al otro, que es expresión de la tradición y de la renovación de la fe y de belleza". Benedicto XVI

miércoles, 6 de mayo de 2009

Agitadores del espíritu


Imaginad a un hombre que posea una escala de valores en su mente, bien clara y fundamentada, en cuya cima estén los valores espirituales: la fe, la creación, el pensamiento, la búsqueda de la verdad, la interpretación de la belleza, el descubrimiento del mundo ideal y de dios eterno. Imaginad también que este hombre ha llegado a un mundo en el que siempre y cada vez más, con el pasar de los años, sobresale lo que el juzga inferior y peor, es decir, todo lo que se refiere a las necesidades materiales, a las estructuras económicas, a los menesteres de la política, a los intereses mercantiles, a los negocios de la banca y de la bolsa. En parlamentos, congresos, convenciones, asambleas, diarios, radios, oye discutir sobre todo de balances, de inversiones, de exportación, de tarifas, de especulaciones, de inflación, de contratos sindicales y de convenios de salarios, de reajustes de empresa, de presión tributaria y de reforma fiscal...
Advierte con estupor y con dolor que la primacía espiritual está llegando a ser sólo un recuerdo o como un resto de naufragio de tiempos no remotos, pero sí cumplidos, y que, en cambio lo que se impone es la primacía de lo económico.
Tal hombre y todos sus semejantes, aunque reducidos ahora a una ínfima minoría, reciben el mote de soñadores, utópicos, peligrosos gandules, viejos chochos, quejumbrosos bisabuelos. Tal hombre sabe muy bien que la existencia material es un problema de primera necesidad y que tenemos el deber de crear una más justa convivencia para disminuir desigualdades y miserias. También recuerda que hubo edades felices en que el hombre no vivió solo de pan y no tuvo como único propósito gozar de comodidades y riquezas. En aquellos felices tiempos comprendía cual era su vocación espiritual. Resplandecen ante nuestros ojos las imágenes de la Grecia antigua, de la Edad Media de los monjes, del renacimiento de los humanistas, del siglo XVIII de los filósofos que, a pesar de los griteríos románticos y de las supersticiones científicas, es uno de los más grandes entre los de la civilización humana. En aquella época se sintió como nunca lo que Pico de la Mirándola llamaba dignitas hominis, mientras ahora, mil novecientos años del evangelio de San Juan, asistimos al triunfo de las máquinas, de los autómatas...
Imaginad, aún, a un hombre que aprecie la fuerza creadora del artista como superior a loa análisis y exégesis del crítico, que estime el brotar y el fluir de la inspiración como uno de los mayores dones de dios, que tenga en más el Talento poético, aun el barbarizante y caprichoso , que a las sutiles disquisiciones de la inteligencia enjuiciadora y judicial , y decidme como se hallará en un momento y en un país en el que los críticos se proclaman superiores a los artistas, en que la jerga presuntuosa de unas poética antipoética tiene más admiradores que el lenguaje iluminado y mágico de la poesía, en que- sorpresa y escándalos supremos- hasta los artistas, en vez de afirmar la libertad de la imaginación , se avergüenzan de ella y farfullan tímidamente apropósito de teoría estéticas , de autocrítica , cual si estuvieran cansados de volar como águilas y desearan escarbar en el corral como gallinas.
Giovanni Papini. El Espía del Mundo

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