Puesto que el hombre sigue siendo siempre libre y su libertad es también siempre frágil, nunca existirá en este mundo el reino del bien definitivamente consolidado. Quien promete el mundo mejor que duraría irrevocablemente para siempre, hace una falsa promesa, pues ignora la libertad humana. La libertad debe ser conquistada para el bien una y otra vez. La libre adhesión al bien nunca existe simplemente por sí misma. Si hubiera estructuras que establecieran de manera definitiva una determinada -buena- condición del mundo, se negaría la libertad del hombre, y por eso, a fin de cuentas, en modo alguno serían estructuras buenas.
Benedicto XVI. Spe Salvi. Segunda carta encíclica
Su sola imagen me repugna, ¡tanto! que me provoca vómito. Es muy fácil decir palabras más o menos profundas, acordes con lo que se necesita oír, sus buenos asesores tendrá, como cualquier otro político. No me dicen nada, no tienen valor de verdad para mí esas palabras. Quizá tendrían peso dichas más sencillamente por cualquier otra persona, humilde, con los pies por necesidad en el suelo. Pero en su boca se vuelven mentira como una serpiente traidora y engañosa. Que baje San Pedro y lo vea. No se lo pordría creer. Siento vergüenza.
ResponderEliminarNo nos engañemos, es el poder, y, sin querer ser simplista o ingenua, ya sabemos de qué pie calzan todos. Quizá me equivoque, pero me parece que estos forman parte de la misma jugada, de nuestro mundo tan falso y tan falto de valores profundos y verdaderos. Les pongo en el saco de toda la porquería que nos rodea. Con sólo palabras no se va a ninguna parte. Si es jefe de estado, que ejerza y se haga valer, si cree en lo que dice. Parole, parole parole... Engañabobos. Parte del negocio. Si dicen verdad, que peguen un puñetazo en la mesa y digan: por aquí no pasamos, esto no se puede permitir. Y sobre todo, que empiecen por vender o regalar todo el oro del Vaticano, que eso sí que da verdadera vergüenza!
Espero que a Dios no le lleguen los periódicos ni tenga tele, porque estoy segura de que, si existe, estaría todo el día en casa del quiropráctico. Ya no agujetas, tendría dolor crónico de llevarse las manos a la cabeza.
Y eso es grave, porque entonces habría que plantearse hablar con pintores y escultores para inventar una nueva imaginería...
La pérdida de los contenidos lleva a un mero formalismo de los juicios, ayer como hoy. En muchos ambientes no se pregunta hoy que piensa un hombre. Se tiene ya preparado un juicio sobre su pensamiento, en la medida en que se le puede catalogar con unas de las correspondientes etiquetas formales: conservador, reaccionario, fundamentalista, progresista, revolucionario. La catalogación en un esquema formal hace que sea superfluo la confrontación con los contenidos. Se puede ver lo mismo, y de manera todavía más clara en el arte: lo que una obra de arte expresa es totalmente indiferente; puede exaltar a Dios o al diablo. El único criterio es su realización técnico – formal.
ResponderEliminarJoseph Ratzinger. Ser Cristiano en la era Neopagana