Aquí sobre la tierra, es gloria y corona de nuestro libre albedrío ese magnífico accidente de la obra meritoria vivificada por la caridad; allá, en la patria de los bienaventurados, serán nuestra gloria y suprema corona esos inmortales accidentes de la divina visión y amor beatífico.
Nuestros accidentes nos habilitan para alcanzar los más sublimes destinos, para cantar en la tierra y en el cielo el himno inmortal de la gloria divina, participando de la vida propia de Dios, en que consiste la bienaventuranza.
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