Después del día, el ruido, la fatiga,
rezamos un momento, en tanto un velo
de sueño y de ternura nubla el cielo
y anega nuestro amor la noche amiga.
Pero está bien así, que sólo diga
nuestra voz el comienzo. Así el desvelo
de Dios nos ve dormidos en su suelo
y con su piel de sombra nos abriga.
Tú déjale venir, subir sin ruido,
crecer de noche —un río que mañana
habrá llegado al pie de la ventana—,
tú déjale fundirnos en olvido,
pero al dormirte, siente cómo mana
y te besa su amor en mi latido.
Jose María Valverde. La Oración de la noche
No hay comentarios:
Publicar un comentario