La verdad no levanta la voz, ya lo sabéis, y él nos daba en la capilla como enrasando la sangre y las palabras en un mismo nivel. ¡Cuántas veces me he preguntado en qué consistía aquel diario y convincente poderío que sus pláticas tenían sobre nosotros! Hasta que, al fin, lo comprendí: él nos hablaba convirtiéndose. Esto le daba a su palabra aquel acento inconfundible de certidumbre, premonición y postrimería. Le sentíamos naciendo.
Luís Rosales. Semblanzas
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