Soneto VIII
Este largo martirio de la vida,
la fe tan viva y la esperanza muerta,
el alma desvelada y tan despierta
al dolor y al consuelo tan dormida;
la ausencia presente y la partida,
entrar el mal, cerrar tras sí la puerta,
con diligencia y gana descubierta
de que el bien no halle entrada ni salida ;
ser los alivios más sangrientos lazos
y riendas libres de los desconciertos,
efectos son, Señor, de mis pecados,
de que me han de librar esos tus brazos,
que para recibirme están abiertos
y por no castigarme están clavados.
Diego de Silva y Mendoza.
Conde de Salinas
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