¡Ya yo no estaba sola!... En armonioso grupo,
como visión soñada, se dibujó en el aire
de un ángel y una santa el contorno divino,
que en un nimbo envolvía vago el sol de la tarde.
Todo cuanto en mí había de pasión y ternura,
de entusiasmo ferviente y gloriosos empeños,
ante el sueño admirable que realizó el artista,
volviendo a tomar vida, resucitó en mi pecho.
Y orando y bendiciendo al que es todo hermosura
se dobló mi rodilla, mi frente se inclinó
ante Él, y, conturbada, exclamé de repente:
«¡Hay arte! ¡Hay poesía!... Debe haber cielo. ¡Hay Dios!»
Rosalía de Castro. En las orillas del Sar
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