El ejercicio de la constante presencia de Dios es obligarse a recordar que Dios está constantemente presente y actuando en mí; que es Él quien me está dando todo lo que soy y la posibilidad de expresar todo eso que me da, que me comunica mi propio ser, mi identidad. Darme cuenta de que Dios está ahí, que yo no estoy nunca separado de Dios ni Él de mí; es mi mente la que se cierra, la que se pone de espaldas, es mi mente que, por pequeña y miope, se limita a lo aparente, a lo evidente, a lo que estimula el sentir más externo, más superficial.
Antonio Blay. Práctica de la presencia de Dios
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