Cuando vi ese rostro torturado, comprendí de golpe quién era este Papa, cuál era su obra formidable y su importancia para el mundo... Sentí entonces mi intensa soledad de ateo. Estaba fuera de aquellas multitudes inmensas y ya no tenía ni siquiera mi vieja ideología, ni una religión en que creer. Era un hijo abandonado del racionalismo francés ... Entonces, el que se puso a temblar fui yo, con los ojos llenos de lágrimas.
Arnaldo Jacor. Folha de Sao Paulo, 5 abril de 2005
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