Andábamos en tinieblas y vimos una luz, “de repente un ángel
del Señor se nos presentó”, algunos temerosos huyeron, otros se quedaron
sorprendidos, absortos en aquella luz eran incapaces de reaccionar, ni para atrás ni
para adelante daban un paso, sin embargo, muchos empujados quien sabe si por la
curiosidad o por sentirse llamados, fueron tras el ángel y encontraron a un
niño muy pobre, aún mucho más que cualquiera de nosotros. Una legión de ángeles
alababa ese nacimiento, cantando “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz
a los hombres de buena voluntad”. Este encuentro nos hace adorar en silencio,
la alegría es tanta que no nos acertamos a expresar.
Eso seguimos siendo hoy, pastores, trashumantes en la fe, pobres
de espíritu, fuera de una sociedad que sólo entiende la vida como ganancias, a
la que intentamos contar lo que nos remueve tantos siglos después en el fondo
del corazón, para que también acudan, no estén temerosos de la luz, ni de los
ángeles, ni del verbo hecho carne que habita entre nosotros. ¡Gloria!
E.C


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