Los primeros gorjeos
de los pájaros al despertarse, el punto virgen de la aurora, un momento de pavor
e inefable inocencia, cuando el Padre abre en silencio sus ojos y ellos le
hablan, preguntando si es el momento de “existir”. Él les dice: “Sí”. Acto
seguido, los pájaros, uno a uno, despiertan y empiezan a cantar. Primero los
tordos y cardenales y algunos pájaros más que yo no sabría identificar. Más
tarde, los gorriones, los reyezuelos, etc. Y al final de todos, las palomas y
los cuervos.
Con los pelos casi de punta y los ojos de mi alma abiertos
de par en par, estoy presente, sin saberlo, en este inefable paraíso y
contemplo este secreto, un secreto a voces que está a disposición de todo el mundo,
gratis, y al que nadie presta atención (...)
¡Oh, paraíso de sencillez, de
autoconciencia - y de auto olvido- de libertad y de paz! En esto he comprendido
cuán irreales y estúpidas son mis rebeldías. A pesar de todo no hay necesidad
de rebelarse, sino únicamente de pedir misericordia.
Thomas Merton. Diarios
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