martes, 31 de octubre de 2017
El bosque desnudo
Tal vez sea invierno cuando el vistoso follaje ha dejado ya de vestir los árboles con piedad. De todos modos, las ramas desnudas nos permiten lanzar una mirada más profunda en el interior de los bosques. Vislumbramos ahí el piadoso misterio de Dios, a quien no podemos manipular ni conceptual ni prácticamente, pero que sigue estando presente como la plenitud de Amor que abraza al mundo en su agonía y en su gozo. La pregunta que ha de plantearse cada uno de nosotros es: ¿qué amamos más, la pequeña isla de nuestra propia certidumbre o el gran océano de misterio santo que nos rodea? ¿La pequeña choza iluminada por la lámpara de nuestras propias preocupaciones o la colina que se extiende fuera, en medio de la gran noche negra iluminada por las estrellas que brillan en el cielo? En cualquier caso, la ambigüedad no desaparece nunca del todo. Sin embargo, el punto que necesariamente se ha de considerar es que el fuego purificador del ateísmo, aunque no mata necesariamente la fe, puede convertirla en una invitación a vivir peligrosamente.
Elizabeth A. Johnson. Rico en misericordia
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