La liturgia compromete a la persona entera: cuerpo, alma y espíritu. Recuerdo la primera vez que asistí a
un acto litúrgico católico, una celebración de las Vísperas en un seminario bizantino. Mi pasado y
formación calvinistas no me habían preparado para la experiencia: el incienso y los iconos, las
postraciones e inclinaciones, el canto y las campanas. Todos mis sentidos estaban elevados. Después, un
seminarista me preguntó: «¿qué te parece?» Todo lo que pude decir fue: «Ahora sé por qué Dios me dio
un cuerpo: para dar culto al Señor con su pueblo en la liturgia». Los católicos no sólo oyen el Evangelio.
En la liturgia, lo escuchamos, lo vemos, lo olemos y lo gustamos.
Scott Hahn. La cena del Cordero
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