Dicen que un movimiento de tierra o un ángel movió la piedra. Mi primera reacción -dijo la Magdalena- fue decirle angustiada al joven que encontramos en la puerta de la tumba: «Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto». Desde aquel momento me puse nerviosa, regresé varias veces. Lloraba sin parar. Ahí mismo, donde os he dicho, vi de pronto a un hombre que parecía el hortelano. «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?» -me preguntó- Pensando que era el encargado del huerto, le dije casi sin dirigirle la mirada, obsesionada con lo mío: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré.» Entonces él, mirándome a los ojos, me dijo «María.» Un escalofrío me recorrió el cuerpo. Era la voz, su voz de siempre, tan varonil y joven, un susurro en mi oído, y era mi nombre, María, el nombre que, pronunciado por él, abría en mí un hontanar de evocaciones. Me tiré a sus pies y le grité como siempre le había llamado: Rabbuní. Pero me pidió que no le tocara, que subía al Padre, su Dios, nuestro Dios.
viernes, 22 de julio de 2016
Santa María Magdalena 2016
Dicen que un movimiento de tierra o un ángel movió la piedra. Mi primera reacción -dijo la Magdalena- fue decirle angustiada al joven que encontramos en la puerta de la tumba: «Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto». Desde aquel momento me puse nerviosa, regresé varias veces. Lloraba sin parar. Ahí mismo, donde os he dicho, vi de pronto a un hombre que parecía el hortelano. «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?» -me preguntó- Pensando que era el encargado del huerto, le dije casi sin dirigirle la mirada, obsesionada con lo mío: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré.» Entonces él, mirándome a los ojos, me dijo «María.» Un escalofrío me recorrió el cuerpo. Era la voz, su voz de siempre, tan varonil y joven, un susurro en mi oído, y era mi nombre, María, el nombre que, pronunciado por él, abría en mí un hontanar de evocaciones. Me tiré a sus pies y le grité como siempre le había llamado: Rabbuní. Pero me pidió que no le tocara, que subía al Padre, su Dios, nuestro Dios.
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