En muchos aspectos, el mundo cristiano me resulta mucho más habitable que el comunista. Ninguno de los dos concuerda con la imagen que podamos hacernos del Reino de Dios o del paraíso terrenal. Sin embargo, entre los dos"mundos" existe una diferencia importantísima.
El mundo comunista es inhumano, envilecedor, compromete precisamente lo más auténticamente humano del hombre. Y la razón, como suelen creerlo algunos comunistas disidentes, no está en que Stalin y sus cómplices traicionaran el verdadero comunismo, sino, por el contrario, en que por ello mismo guardan fidelidad a los principios básicos del marxismo-leninismo. Si no le fueran tan fieles, sus crímenes no tendrían tanta repercusión. Para acabar con los abusos del comunismo no hay que remontarse a los orígenes supuestamente olvidados: hay que renegar de ellos porque implican tales consecuencias.
Algo muy distinto ocurre con el cristianismo. Si tantas veces suele ser mediocre y coopera con todo género de tiranos y de opresores, si a menudo predominan en él el sectarismo y la intolerancia, no es por su fidelidad al Evangelio de Jesucristo, sino por haberlo traicionado.
Para acabar con los males existentes en el mundo cristiano no hay más que una solución: el retorno al origen primero.
Ignace Lepp. Las aberraciones del mundo cristiano
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