Dispuesto estoy, mi Dios, y resignado
a sufrir de tus manos el castigo:
a detestar me obligo
por siempre mi pecado;
en medio de amarguras tan inmensas
borraré con mi llanto tus ofensas.
No te alejes de mí, Salvador mío,
camina en mi socorro diligente,
mira cuán insolente
el enemigo impío
tanto se multiplica, que parece
que triunfa, y que del todo prevalece.
Jose Joaquin Pesado. Salmo XXXVII.
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