Cuando yo me muero -dice el incrédulo, que no es otra cosa que el crédulo, el supersticioso de la muerte-, cuando yo me muero, me muero, y se acabó: pues ese se acabó es el resultado del Demonio; ese se acabó, amigo mío, es, sencillamente, el Infierno : un Infierno voluntario y no representado; un Infierno como voluntad y no como representación; un Infierno a secas, desnudo, absoluto. E irrepresentable, por lo mismo, por falta de imaginación; porque es un Infierno pura y exclusivamente cierto, sin duda alguna, ni siquiera la del más mínimo fingimiento o con- fabulación imaginativa: un Infierno ideal.
José Bergamín. La importancia del demonio
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