Igual que el resplandor, nunca se separa del fuego, tampoco mi divinidad se separó de mi humanidad, ni siquiera en la muerte. Lo siguiente que deseé para mi cuerpo puro y sin mancha fue ser herido desde la planta de mis pies hasta la coronilla de mi cabeza por los pecados de todos los hombres, y ser colgado en la Cruz(...) Ahora, sin embargo, estoy del todo olvidado, ignorado y despreciado, como un rey desterrado de su reino en cuyo lugar ha sido elegido un perverso ladrón al que se colma de honores.
Santa Brígida de Suecia. Revelaciones.
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