ni por cansado que este romperé estas últimas ligaduras del hombre
ni gritaré derrotado, que ya no puedo más. Puedo.
algo puedo: esperar, ansiar que llegue el día, no escoger el no ser.
Pero ¿porque me has de arrollar, tú implacable con tu diestra
garra atormenta mundo?
¿O escudriñar con tus ojos negrísimos mis magullados huesos?
¿O Aventarme, con aliento de tempestad, amontonado y furioso por esquivarte y
escapar?
¿Por qué? Para que mi paja se disperse, y limpio y escogido caiga el grano.
Aún pudo mi corazón en medio de esa tortura besar el
flagelo
la mano, robar fuerza, sorber alegría, mi corazón, quisiera reír, aclamar.
¿Reír? ¿aclamar a quién? ¿A la celestial mano que me zarandeaba?
¿Al pie que me aplastó? ¿O a mí que combatí? ¿A cuál de los dos?
¡Aquella oscura
noche, de ya pasadas sombras, yo, desdichado luchando estuve (¡oh Dios mío!) con mi Dios!
Gerard Manley Hopkins. Consuelo de la carroña
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