A la Ciudad Eterna,
al hogar de los bienaventurados arribamos
Hasta la puerta de la Ciudad Hermosa
desmayados y débiles nos arrastramos,
impacientes y esperanzados nos arrastramos.
Ten piedad Sagrado Corazón.
y acógenos para que podamos descansar
perseguidos por los Hados y Las Furías
huimos en la oscuridad y en el peligro
de los impecables Hados y las Furias,
por los reinos desolados de la Muerte.
"Jure Divino, ¡imploro tu hospitalidad!",
exclamó un orgulloso prelado acercándose a la puerta
"Ave Sanctissima, escucha mi petición,
Santo Pedro; ¿por qué he de esperar?
Fons pietatis, aguas gloriosas,
mi alma ha sido bañadacon la sangre del Cordero
Lizzie Doten. Poemas de la vida interior
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