Contra el nuevo leviatán, ya sea bajo la apariencia del sufragio universal, la democracia o de un proletariado igualmente fraudulento y triunfante, Kierkegaard enfrentó el alma humana individual hecha a imagen de un Dios que se preocupaba por el destino de toda criatura viviente. En contraste con la noción de salvación a través del poder, él ofreció la esperanza de salvación a través del sufrimiento. La Cruz contra la urna o el puño cerrado; el peregrino solitario contra la turba que gritaba consignas; el Cristo crucificado contra los dictadores demagogos que prometen un reino de los cielos en la tierra, ya sea mediante la expansión incesante de la riqueza y el bienestar material, o mediante la concentración cada vez mayor del poder y su ejercicio cada vez más despiadado.
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