El mundo moderno sufre, ante todo, de una carencia de eternidad. Y a esta eternidad llama, aunque ignore su nombre, por medio de sus esperanzas descaminadas y de la desesperación consecutiva a su aborto. Y lo que nos pide a nosotros los cristianos, no es quizá necesariamente que pongamos el reloj de la iglesia a la hora del mundo, sino que le ofrezcamos una luz y un amor que están fuera del tiempo.
Gustave Thibon. ¿Ha muerto Dios?
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