Triste está ahora el Arcángel en medio de un mundo desolado
y ensangrentado. Los brazos que levantaron su espada ya no pueden emplearla en
defensa de la Fe. Afortunado quien pueda recogerla otra vez con mano vigorosa.
Porque la hora de las grandes, definitivas batallas se acerca. Batallas sin
confusión de bandos y de propósitos. Y todos reconocerán el signo del Arcángel
al frente de sus Ejércitos. Porque el tiempo de Dios no admite huecos
apocalípticos en su curso. Y el Continente de Cristo no puede permanecer
largamente en un estado de muerte y de desesperación. Cientos de veces el
Continente parecía haber caído para siempre, vencido y derrotado. Otras tantas
veces la voz de Cruzada había llenado sus anchos confines.
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