Del momento cuando el Eterno Juez
Me dio la omnisapiencia del profeta,
En los ojos de la gente leo yo
Páginas de maldad y vicio.
Comencé a proclamar del amor
Y la verdad las puras enseñanzas
A mí, todos mis prójimos, tiraban
Rabiosamente las piedras.
Cubrí de cenizas mi cabeza,
De las ciudades huí como un indigente,
Y aquí vivo en el desierto
Como las aves, con alimentos dados por Dios.
Guardando el mandamiento del Eterno,
Me obedece aquí toda criatura terrestre,
Y las estrellas me escuchan
Jugando, alegres con sus rayos.
En cambio, cuando apresurado
Cruzo una ruidosa ciudad,
Los ancianos dicen a los niños
Con una sonrisa de amor propio:
"¡Miren, he aquí un ejemplo para vosotros:
El era orgulloso, no supo convivir con nosotros,
Insensato, quiso hacernos creer
Que Dios habla por su boca!
¡Miren, niños, cuan sombrío es,
Y extenuado y pálido,
Miren, cuan pobre es y desnudo
Y como todos lo desprecian!
Mijaíl Lermontov. El Profeta
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