No era una fijación, no era la superstición de un beato.
Maestro Mossa no era un beato: se había dejado acompañar por el Señor toda la
vida, y Él le había acompañado en sus pobres obras; y la oración que antes de
la clase rezaba con los chicos era una especie de acuerdo que cada día
establecía con Él. Rezar él, sí, pero sobre todo hacer rezar a aquellos
chiquillos, qué por lo menos durante un instante se verían liberados del mal.
Salvatore Satta. El día del juicio.
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