CRUZ DE ESPIGAS
(Para el altar de la Virgen)
Yo te ofrezco, Madre, las primicias de mi cosecha.
Conságralas en tu mesa, en donde, durante siglos,
las ceras rubias de mis colmenas
manan luz y lágrimas.
Tú, santa protectora de mis tierras paternal,
a las que
diste la inmortalidad del paraíso,
del brote
hiciste flor, de la esperanza Aurora
que sonríe en mi cabaña.
Tú, esta cruz de espigas, que he trenzado
con mi mano,
acepta, Madre.
Entre mis mil espigas,
éstas se
mecían como vírgenes de cabellera rubia,
anegadas de so1 y maduras.
Bajo mi hoz, húmedas
aún sus cabezas de rocío,
cayeron como rayos segados
de la luna.
Ni una alondra destruyó
con su pico
sus hileras
intactas.
Yo las trencé, cabello
a cabello,
con la forma de la cruz de tu Hijo herido gravemente,
cuya sangre,
cada Pascua, fuego santo,
han bebido nuestros surcos.
La he tejido con mis esperanzas, con mis
deseos.
Dentro llevan
la savia del campo, el fuego del sol,
el fulgor de la reja del arado y la fuerza de mi brazo viril,
las súplicas de mis nietos.
Madre, bendice
esta cruz de espigas; y concede a mis campos
sol en el verano, perlas en primavera.
Cuanto más llenos estén mis graneros, igual luz
darán las antorchas
a tu altar.
Haz del modo
que -como en los días antiguos-
cuando vengas a pasear de
campo en campo,
no haya espinas bajo tus pies, sino amapolas
estremecidas como nuestro
corazón.
Daniel Varujan
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