La verdadera fe es, por así decirlo, incolora, como lo es el aire o el agua: medio transparente, a traves del cual ve, el alma a Cristo. Como nuestros ojos no ven el aire, tampoco el alma se detiene a contemplar su propia fe. Así, pues, cuando los hombres toman esa fe en las manos, la escrutan y la analizan, con curiosidad, sumiéndose en ella, coloreándola para que pueda verse.
He aquí la diferencia entre la verdadera fe y la contemplación de uno mismo.
Contemplar a Cristo justifica la fe. Reflexionar sobre esta justificación es perder de vista a Jesús y alejarse de la fuente de la Gracia.
John Henry Newman. On the Prophetical Office of the Church
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